lunes, 20 de febrero de 2012

Ajedrez: compañero para los solitarios, consuelo para los desesperados y medio de salvación para los viciosos.

Recapitulando nuestras última entregas, recordemos que el ajedrez, en su forma primitiva, fue creado a fines del siglo VI de la era cristiana, en el noroeste de la India, donde recibió el nombre de “chaturanga. Muy pronto fue conocido en Persia, con la denominación de “chatrang”, y desde uno y otro reino se expandió a lejanos países del Asia y, algo más tarde, también a Europa.
Estamos, por lo tanto, en la primera mitad del siglo VII. Mientras los soberanos de la India y de Persia rivalizan en la práctica de un juego inventado para distraer su ociosidad, en Arabia está gestándose uno de los movimientos religiosos y políticos más trascendentales de la historia: El Islam. En efecto, en el año 622, Mahoma se retira a Medina, episodio que  se conoce como “la hégira” y es el año cero del calendario musulmán. Dos décadas más tarde, los califas Omar ben Al – Jutar y Alí ben Abu-Tulib, conquistan a Persia en nombre del Islam y, en 652, es destronado el rey Cosróes, último monarca de la dinastía sasanidu, quien precisamente había sido el introductor del ajedrez en sus dominios, según la tradición y los testimonios históricos. 
Es decir que, a sólo medio siglo de su aparición, el ajedrez se ve sometido a una influencia que sería enormemente significativa para su futuro desarrollo y evolución: La influencia de la civilización musulmana. Cabe apuntar que el Islam tomó del judaísmo un profundo rechazo de toda forma de idolatría, y como el juego se practicaba en Persia con figuras que reproducían la figura del rey, del consejero, etcétera, atrajo de inmediato la atención y la desconfianza de los califas islámicos. 
En la Persia ahora dominada por los árabes, que la gobernarían durante siglos desde el califato de Bagdad, el todavía incipiente juego del ajedrez, el chatrang, toma un nuevo nombre, que es una segunda deformación del original: se llamará, en lo sucesivo, “shatranj”
Pese a las sospechas de la jerarquía musulmana, el juego continúa siendo el favorito de las clases cultas, aunque para evitar persecuciones fundada en la figura de las piezas de ajedrez, éstas comienzan a ser estilizadas, como las modernas, de modo que apenas conservan algún rasgo que sugiere los diversos protagonistas de la batalla. 
Los árabes serán los primeros en estudiar científicamente el juego, circunstancia que no puede sorprender si se repara en que fueron también destacados matemáticos y filósofos. Los propios califas y sus cortes adoptaron el juego del shatranj. Y ya a fines del siglo VII, uno de ellos, Al-Mutuz, era tan entusiasta que no admitía que se le interrumpiera durante una partida, ni siquiera para atender urgentes asuntos de estado. Su hijo, ben Al-Mutuz, escribió un hermoso poema en el que exalta las virtudes del ajedrez, poniendo de relieve que es un compañero para los solitarios, un consuelo para los desesperados y un medio de salvación para los viciosos. También subraya su utilidad en el arte de la guerra y su condición de juego científico. 
Los religiosos no llegaron a prohibir el shatranj, pero sí, que se lo jugara por dinero. Es posible que existiera, durante algún tiempo, cierta aprensión contra el juego, considerado acaso (como ocurrió después en Bizancio) un resabio de las disipadas costumbres de los destronados reyes infieles. Los propios califas ocultaban a los extraños su afición al juego y se cuenta que, cierto día a mediados del siglo VIII, el soberano Jisham Umáyad estaba enfrascado en una partida cuando le anunciaron la visita del embajador de Siria. Antes de hacerlo pasar, el califa mandó cubrir el tablero con un lienzo. Cuando el embajador se presentó en la sala, tras los saludos de estilo, Jisham Umáyad lo interrogó acerca de los principios fundamentales del Islam, comprobando que el sirio los desconocía por completo, ya que era cristiano. Entonces, el califa ordenó dejar nuevamente a la vista el tablero y continuó tranquilamente la partida de ajedrez. 

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