lunes, 13 de febrero de 2012

La sutileza del ajedrez atrae a los intelectos cultivados.

Ya comenté que el chaturanga hindú, forma primitiva del ajedrez moderno, fue llevado a Persia en tiempos del rey Cosroés, es decir, a fines del siglo sexto de nuestra era, y que allí adoptó e nombre de “chatrang”.
Por cierto, no fue Persia el único país hacia donde se difundió el chatruanga; el juego fue muy pronto conocido en toda Asía, ya sea por medio del intercambio comercial o de las guerras de conquista frecuentes en aquella época. De hecho, donde quiera que hubiera una civilización importante, surgió y se desarrolló también el ajedrez. Con razón dice Harry Golombek, en su “Historia del ajedrez”, que “el juego y la civilización vienen de la mano, en parte porque su sutileza atrae a los intelectos cultivados, en parte porque sus connotaciones bélicas coinciden con pasiones humanas todavía más fundamentales”.
Una de las vías de expansión del chaturanga fue la ruta que atraviesa Afganistan y Pakistán, llegando hasta el territorio de Uzbekistán. La importancia de esta vía reside en que por ella el juego habría llegado tempranamente a Rusia y, desde ahí, al resto de Europa. Descubrimientos arqueológicos parecen confirmar las aseveraciones del jugador e historiador Ivan Savénkov, quien en 1905 publicó en Moscú una monografía titulada “Evolución del juego de ajedrez”, donde señala que el chatrang ingresó a Rusia desde Persia., en los últimos años del siglo VI.
Otra posible trayectoria  para la difusión del chaturanga fue el camino que, partiendo del sudeste de la India, conducía a las tierras ocupadas por los malayos, hasta Borneo, Java, Sumatra, y todo lo que hoy se conoce como Indonesia. En nuestros días, todavía se practica en esas regiones un juego muy parecido al viejo chaturanga, cuyo nombre, “main chator”, muestra esa derivación, ya que en malaya “main” significa “juego” y “chator” es una visible deformación de la palabra chaturanga.
Naturalmente, desde el noroeste de la India el chaturanga pasó enseguida al Tibet, donde recibió el nombre de “chandaraki”. Algo más demoró en llegar también hasta las enormes extensiones dominadas por los mongoles, aunque éstos más bien parece que introdujeron el chatrang desde Persia, a juzgar por la palabra que usaron para denominar el juego, que fue “shatara” o “shatir”, según la tribu que se considere.
Si bien los antiguos griego no conocieron el ajedrez, si se lo encuentra, por supuesto, entre los bizantinos. Se presume que el chatrang persa fue llevado a Constantinopla a comienzos del siglo IX, bajo el reinado del emperador Nicéforo I, de quien se sabe que era aficionado al juego. En Bizancio, el ajedrez fue bautizado con el nombre de “zatrikion”. Otro soberano, Alexis I, quien ocupó el torno a fines del siglo XI, también jugaba con sus amigos íntimos, según los revela en el llamado “Alexíada” su hermana, la princesa Ana Commena.
Merece señalarse que, entre los bizantinos, el ajedrez tenía bastante mala fama, ya que se lo consideraba un producto de la ociosidad y el vicio imperantes en la corte persa. No faltaron quienes, por asombroso que nos parezca hoy, atribuyeron al juego un carácter lujurioso, ofensivo para la rígida moral de la iglesia ortodoxa. Y a tales extremos llegó el celo de la jerarquía eclesiástica, que entre las normas destinadas a los sacerdotes figuraba una expresa prohibición de jugar al zatrikion, condenado junto a los dados, la bebida y otros excesos.
Particularmente curioso es el proceso que sufrió el chatruanga cuando fue conocido en la China, ya que dio nacimiento a un juego muy diferente, el “juego del río”, mal llamado también ajedrez chino. Este será tema de la próxima entrada.



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