viernes, 24 de febrero de 2012

Sorprendentes similitudes del ajedrez y la democracia

El juego de ajdrez, como se sabe, tiene unos mil quinientos años de antiguedad. Fue creado en la India, cuando el sistema universal de gobierno era la monarquía. Por esto, no es extraño que la pieza principal del juego, sea el Rey.
El juego de los reyes, que es también el rey de los juegos, puede sin embargo ser interpretado como una representación de la moderna democracia. El primer lugar, porque una partida es una lucha de ideas, donde se combate, pero sin violencia. Una concepción se opone a otra, y prevalece la más inteligente; a veces, ambos bandos tiene sus razones, igualmente valederas, y la partida es tablas: Como cuando distintos sectores de la ciudadanía concilian intereses contrapuestos, para beneficio de la sociedad en su conjunto.
Frente al tablero, cada jugador ejecuta un movimiento por vez. Luego le toca el turno al rival. Esta alternancia se parece al diálogo democrático, donde nadie tiene derecho a ser silenciado y todos pueden hacer escuchar sus opiniones. En el ajedrez no hay un monólogo del más fuerte; tampoco, en la democracia.
Durante la partida, cada jugador está obligado a prestar la misma atención a sus propias jugadas y a las jugadas del adversario. Unas y otras están relacionas. Así ocurre en la vida democrática, donde los puntos de vista de los demás son respetados y tenidos en cuenta, a la hora de adoptar las deciones. Es más: En el juego, si uno subestima los planes del rival, seguramente, suele perder el poder en las elecciones siguiente.
Para el desarrollo de la partida, cada jugador dispone de una amplia gama de alternativas: Puede elegir con plena libertad el camino que le parezca más adecuado para el logro de su victoria personal. En una sociedad democrática, existe igualmente una diversidad de opciones, que se denomina “pluralismo”: Muchas posibilidades, que conviven armoniosamente entre si. Sin embargo, en el ajedrez hay ciertas limitaciones: Determinadas jugadas están prohibidas, porque violan el reglamento del juego. Otro tanto sucede en la democracia: Cada uno puede ejercer su libertad, pero dentro de un marco perfectamente definido de antemano: La Constitución y, en general, la ley.
Por eso, la libertad no es ni puede ser absoluta. En el ajedrez, si un jugador viola el reglamento y pretende realizar jugadas ilegales, destruye el ajedrez mismo. Y en la vida de un país, si un partido o un gobierno viola la constitución o permite que ello ocurra, destruye a la democracia misma.
Esto implica que, tanto en el juego como en la democracia, hay y debe haber diversidad, pero siempre dentro de un acuerdo básico sobre determinados principios, que son casi sagrados: en el ajedrez, es el reglamento; en la democracia, es la Constitución.
La práctica del ajedrez resulta, pues, un valioso auxiliar para la formación individual y social del ciudadano. Así lo ha comprendido el actual gobierno democrático, al introducir el juego como materio de estudio en las escuelas.

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