lunes, 12 de marzo de 2012

Su bella esposa le indicó la clave del problema de ajedrez que lo salvó

A esta altura ya sabemos que los árabes fueron los primeros en introducir algunos principios científicos en la práctica del ajedrez. 
Los más antiguos rudimentos de una teoría del “shatanj” –como se llamaba al juego en tiempos del califato de Bagdad-, son los problemas creados por autores en su mayoría anónimos, que se difundieron con el correr de los años, llevados de pueblo en pueblo por los comerciantes y los guerreros. 
Lo que hoy llamamos “problemas” eran denominados entonces “mansubat”,  palabra que significa posición compuesta y es mucho más precisa que la usada en la actualidad. Solían transmitirse por tradición oral, pero muchas veces se los escribía en sistema algebraico, método de anotación inventado por los árabes. En cualquier caso, los “mansúbat” iban siempre acompañados de una breve narración, un cuento que aludía a las circunstancias en que, supuestamente, se había producido la posición mostrada ene l tablero. 
La más famosa de estas composiciones es un problema de mate en seis jugadas, conocido como “problema de Dilaram”. La historia que lo precede y da la clave, dice que había una vez un ajedrecista que se jactaba de ser imbatible, hasta que cierto día un extranjero lo desafió y lo venció fácilmente. Humillado, el perdedor exigió que le diera la revancha, a lo que el extranjero se negó. Para convencerlo, el soberbio ajedrecista le propuso entonces que jugaran por su esposa favorita, una hermosa joven llamada Dilaram, que sería suya si le ganaba nuevamente. El extranjero no pudo renunciar y empezó la partida, que se prolongó durante varias horas. Entonces, se llegó a una posición en que el extranjero amenazaba mate en la jugada siguiente,  y el angustiado ajedrecista no hallaba forma de evitarlo. Estaba ya a punto de abandonar, resignado a perder la esposa que imprudentemente había apostado, cuando la bella Dilaram, tras observar la posición le dijo enigmáticamente: Esposo mío, ¿no crees que yo valgo mucho más que tus dos torres? El ajedrecista miró el tablero y, súbitamente, descubrió que si sacrificaba ambas torres, ganaba el tiempo necesario para dar mate antes que su adversario. El sacrificio era la clave del problema y Dilaram la había encontrado. 
La encantadora fábula pone de relieve que las mujeres jugaban al shatranj mejor que los varones. Sin embargo, se sospecha que, en algunos casos, la superioridad femenina era más bien producto de la galantería árabe. Así parece indicarlo un cuento de la colección titulada “Las noches de Arabia”, donde una bella dama recibe la visita del príncipe Shárkun y lo invita a jugar al ajedrez. El joven muestra su torpeza desde el primer momento ya que confunde la casilla del alfil con la del caballo, provocando la risa de su anfitriona. Shárkun le pide que no lo juzgue apresuradamente, pero cuando juegan pierde una, dos, tres partidas, hasta que ella, sorprendida, exclama: Alteza, ¡cómo es posible que os derrote siempre? Y el príncipe le responde: Señora, ¿quién puede permanecer junto a cos sin desear ser derrotado?-
Los árabes concibieron también ingeniosos estudios sobre los finales de partida, que conservan su vigencia cuando se trata de finales de torres y peones, o de caballo y torres, por ejemplo, ya que se jugaban de la misma manera que en la actualidad. No ocurre lo mismo cuando existen alfiles, pues en el shatranj esta pieza se movía solamente dos casillas por vez. 
Los califas acogieron en sus cortes a los mejores maestros de la época, quienes disfrutaron de los medios necesarios para dedicarse exclusivamente a investigar y practicar el juego. Esta feliz circunstancia hizo posible la aparcición de trabajos que poco a poco fueron creando y enriqueciendo una teoría del ajedrez. Así fue cómo el pasatiempo de los reyes de Persia y de la India se transformó, gracias al genio de los árabes, en el  juego ciencia.

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